viernes, 30 de noviembre de 2012

ESTE AMOR TAN PESTILENTE



Conmigo, nada es estable.
Yo voy y vengo, y tu podrías hacerlo también.
No respetar el tiempo, dejar de tenerle miedo.
Dejar de cepillarse el cabello.
Dejar de tomas medicina cuando tienes tos.
Dejar de forzar la vista y la razón...
y aflojar tantito el cuerpo.
No me prometas nada, ni me grites al oído.
Consumete una y otra vez sin detenerte,
y teniendo siempre en mente que quizá esta
es la ultima vez que te consumes.
Hagamos del espíritu nuestra casa,
y llevémonos en la espalda como caracoles.
En el ayer nocturno,
donde la luna tan hermosa como tu,
y el fuego tan impredecible como mi reflejo
se han vuelto uno mismo,
y en ofrenda dí una almendra a los brazos de las llamas encendidas;
agradecí por la sangre de tus venas.
Agradecí porque no seamos más que partículas
unidas en un espacio determinado,
como danzando esa melodía que traemos en la cabeza
y no recordamos el nombre.
Solo moléculas formando energías compatibles
y opuestas a la vez.
Disfrutando hasta de la adversidad.
Y, ¡vaya!
¿De que otra cosa podríamos disfrutar?
Apesto.
Pero me niego a bañarme,
porque apesto a amor.
De ese amor pestilente y podrido que
te pudre a ti también,
y convierte nuestros cerebros en estiércol,
y nuestros corazones en manzanas agusanadas.
Y que se nos pudran los órganos internos,
y que se nos seque la piel y se nos caiga a pedazitos.
Y nos duela...
para saber que seguimos con vida.
Y que todo siga sin estabilidad,
para que el mismo destino
juegue con nuestras mentes.
Hay que desconocernos
para volvernos a conocer,
y volver a caer en este romance putrefacto,
que nos apesta hasta la existencia.
Volver a caer en este romance que nos tiene suspirando. 

Aura Díez 

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